—A mis alumnas y alumnos de 4º.
De este curso, de todos.—
Hacer de las palabras donación
de sangre, un hecho insólito, mordazas
que caen y… alas. Torpes, pero plenas
de futuro. Un futuro ya aquí, viento
entre las hojas muertas, sugerente,
fresco. Esa nube a punto de nacer.
Esa promesa en marcha. Desbordándose.
Devorándolo todo. Deshaciéndolo
y volviéndolo a hacer. Galaxias. Dioses.
Términos y principios. El olvido.
Y volver a nacer.
Nunca he querido dar lecciones. Sí
aventarlas, echarlas a volar,
abrir una ventana en la penumbra
y el tedio que adormece la mañana
y proponer un viaje.
Hay locos que se arrojan y persiguen
la imagen que no tienen de sí mismos.
Y cuerdos arrojados que reinventan
parábolas del hambre en cada vuelo.
Palabras descolgadas. Trasplantadas.
Injerto. Donación. Coordenadas
reconocidas, rotas. Eslabones
perdidos. Desencuentros que son puntos
de vista. Tierra incógnita. Otras islas,
otros Nunca Jamás, otros naufragios.
Nuevos mundos. Pronombres personales
tan íntimos, tan agramaticales,
tan origen, tan propios, tan ajenos
que estremecen cimientos, convicciones,
premisas y proyectos. Y despiertan,
sin embargo, en lo más nuestro un recuerdo,
no de poetas muertos, pero sí
vacilantes; un guiño a las promesas
que a la edad del futuro nos hicimos.
Las mismas otras que ellos.
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